Autumn
in New York.
De cómo fui a New York a hablar de RGPD y tecnología y acabé
tocando la batería en un club de jazz en Harlem.
Pues sí, seguramente parecerá una historia de Blake
Edwards o quizá de Torrente Ballester, pero voy a ver si consigo contar aquí
exactamente lo que pasó…
Llevaba algún tiempo dándole vueltas a darme una vuelta
por el otro lado del charco para ver “in situ” cómo llevan eso de la protección
de los datos personales en la economía digital, sobre todo ahora que el RGPD ya
es obligatorio por aquí (y por allá también en muchos casos) y con la que se
nos viene encima con la posible anulación del Privacy Shield, y con ganas de
contar lo que está pasando en España, en Portugal, Francia, Italia, UK.
Tras meses dándole vueltas, por fin conseguí que los
astros se alinearan y pude organizar algunas reuniones con clientes y colegas
de profesión en despachos de un par de ciudades de Estados Unidos, terminando
en New York. El domingo llegué por la noche a Nueva York, 16 de septiembre,
casi otoño, por supuesto en mi cabeza solo tenía una melodía, el standard de
Vernon Duke, en la versión de Ella Fitzgerald y Louis Armstrong (hay otra joya creada por Chet Baker).
Las reuniones fueron bien, Manhattan arriba Manhattan
abajo, alguna foto aquí y allá entre encuentro y encuentro. Muy interesante ver
cómo los abogados en USA están preocupados y asustados por ese monstruo que
saben que existe que se llama RGPD pero del cual no conocen el tamaño ni su
ferocidad. En otro post hablaré de cuestiones de privacidad en USA con más
extensión.
El martes era mi última noche en Nueva York, el miércoles
ya tenía el vuelo de regreso a Madrid a las 7 de la tarde. Sin tiempo para nada
de turismo, me propuse y me impuse hacer al menos una cosa antes de dejar la
Gran Manzana: ir a un club de jazz el martes por la noche y cumplir uno de mis
sueños de muchos años.
Le pedí alguna referencia a mi amiga Mercedes Melón, que vivió en
NY unos años y sabía que me daría información fiable. Uno de los locales que me
recomendó era el
Paris Blues Jazz Club, en Harlem. Lo busqué en internet y vi
que era un local algo peculiar, donde algunas bandas residentes se intercalaban
con otras menos conocidas… Como curiosidad, v
i también que hay una película de 2017 con el mismo
nombre de ese club, "Paris Blues in Harlem", algunas de cuyas escenas fueron grabadas en el mismo local. Parecía una buena elección.
Después de cenar el martes, sabiendo que era mi única
opción por esta vez, venciendo a la pereza de las horas y el jet lag me fui a
Harlem. No me fue difícil encontrar el club. Ya desde fuera se escuchaba el
sonido de los instrumentos en directo, algo que no deja de producirme
escalofríos cada vez que lo escucho sea donde sea.
El local es pequeño. Si no fuera por el cuarteto que
tocaba al fondo nunca lo habría llamado club de jazz, o local de música. Es un
bar. Pequeño. Oscuro. Viejo. La música cambiaba todo eso y hacía que sintiera
que entraba en un local de jazz, de música. Aunque no era jazz lo que sonaba. Tres músicos afroamericanos, dos de ellos bien entrados en años acompañados de
un saxofonista con pelo a lo rasta se esmeraban, y conseguían, desgranar notas de
rock&roll, funk, soul… algún clásico de Barry White, can’t get enough of
your love baby. El guitarrista al frente parecía liderar, pero pronto me di
cuenta de que el batería era quien mandaba allí, cantando alguna canción mientras
tocaba y eligiendo el repertorio. Pero además, ese batería me sonaba...
Entretenido, pensaba, mientras me tomaba la
cerveza que me había pedido, primera de las dos obligatorias según el cartel
colgado en la pared “2 drinks per customer”.
El concierto se detuvo con un hasta luego, descansamos un
momento y ahora volvemos. Los músicos se liberaron del compás para ponerse cada
uno a lo suyo. El guitarrista se sentó en una esquina a cenar abriendo un box
de un take away de esos tan típicos en NY. El saxofonista salió a la calle con
unos amigos que habían ido a verle tocar. El teclista no se movió de su sitio y
se quedó practicando escalas y armonías, siguiendo en algunos casos la música
ambiental que llenaba transitoriamente el local. El batería, el más sociable,
saludaba a los clientes y público en general, presentándose y dando la mano a
unos y a otros. Me sonaba de algo ese batería...
Así llegó hasta mí, estrechándome la mano y preguntándome
si me había gustado. “Soy Tyrone Govan, qué tal lo estás pasando?”. Estábamos
fuera del local, a la puerta, porque aun siendo las 11:30 de la noche hacía calor en Harlem. Le dije que “sí, great gig man”, y se me ocurrió
añadir, “yo también toco la batería”. Me miró y me preguntó: “¿tocas la batería?
¿quieres tocar?” Sin pensar mucho, o nada, le dije, “¿se puede?” Y me dice “claro,
después te subes con nosotros y tocas una”. Y cuando ya se iba, se dio la vuelta y sonriéndome me dijo:
“pero tienes que comprar
uno de mis CDs, son 10$”. “Ok” le contesté yo, “perfecto,
¡muchas gracias!" añadí.
Me quedé hablando fuera con algunos compañeros, que
terminaban su consumición mientras comentaban de todo un poco. No les dije nada. Según pasaba el
tiempo pensé que no era posible, que me lo habría dicho por ser simpático o
para vender su disco. Se acercaban las 12 de la noche y pensé que seguramente
era buena hora para que volvieran a tocar, así que volví a entrar al local. El
guitarrista seguía cenando. El teclista seguía repasando sus escalas. Tyrone
estaba ya cerca del escenario y el saxofonista se colgaba el instrumento a la
cinta.
Yo pensé, bueno ahora empezarán a tocar y ya. Tyron me
miró en ese momento y me hizo una seña, “¡Ven! ¡Pasa a la batería!”. Yo me
acerqué pero vi que los demás músicos seguían a lo suyo, le pregunté a Tyron
“Pero ¿seguro que se puede? ¿Los demás están de acuerdo?” Tyron dijo algo así
como “déjate de chorradas, la banda es mía y te digo que te pongas a la batería”.
Cruzó dos palabras con el teclista, una mirada con el saxofonista y fue a
hablar 3 segundos con el guitarrista. Volvió al escenario y él mismo se colgó
la guitarra y dijo “¡Vamos! Moondance! One, two, three, four!”. Y allá me lancé
yo con el vértigo contenido de una montaña rusa a punto de empezar, con esa sensación
de miedo y ganas que te inundan cuando empiezas una sesión excitante, un
concierto nuevo, una vista en un juzgado en un asunto complejo que has
preparado durante días aunque lo estudiaste a fondo hace unos años cuando se celebró la
audiencia previa…
En ese momento me di cuenta de que era de verdad, no estaba
soñando, no era un simulacro, no era una jam session, no era un ensayo, era yo
tocando con músicos de jazz en un local de jazz en Harlem, Nueva York.
Resultó que Tyron es un guitarrista excepcional! Terminé
aquel tema casi sin darme cuenta, habiendo tomado control poco a poco según
avanzaban los compases, tras algún pequeño traspiés nervioso al principio.
Terminamos, aplausos, me levanto, me despido del teclista con un “gracias, ha
sido fantástico”. Se vuelve Tyron y me dice “Pero ¿a dónde vas? ¡Venga la
siguiente!. Una fácil para ti!”. Se lo agradezco por lo bajini, me vuelvo a sentar a la batería, Tyron marca 3 y…
adelante otra vez! Esta la disfruté mucho más, mejor control, algún escarceo
siguiendo la línea de bajo que llevaba el teclista con la mano izquierda, divertido, divertido!
Termina la segunda, miro a Tyron y continúa el show, se
une otro saxofonista.“Ahora vamos con la siguiente!”, anuncia Tyron, “One, two,
one two three four!”
Yo estaba en una nube, ya me permití hacer algún redoble,
jugar con semicorcheas en el charles, como cuando
citas jurisprudencia de memoria en el informe final, en concreto esa sentencia
que reúne el conjunto de sentencias con los argumentos jurídicos ante los que
no queda más remedio que rendirse, y de repente Tyron se aparta y dice “y ahora
un solo de batería!”. Aquí justo ese momento:
¿Qué? Vuelta a la realidad. Tensión. Me veo a mí mismo pensando ¿pero
qué ha hecho este tío? ¿Es en serio? ¿Ha dicho que voy a hacer un solo? ¡Pero
si llevo años sin tocar en público! Ok, vamos a tratar de salir del paso sin cagarla,
control. Control, nada de florituras, limítate a lo que sabes seguro que te
sale, lo cual por cierto es de primero de músico en directo, ni se te ocurra
experimentar en directo, o probar algo que no tienes controlado, porque la
cagas 100%. Tocar en directo no es un banco de pruebas, incluso improvisando
solo debes hacer lo que sabes que sabes hacer. Las pruebas se hacen en casa, en
el ensayo, pero no en directo. Eso lo aprendí hace muchos años y con esa
lección en mi caja de herramientas salgo del paso. Igual que en una vista oral de ese juicio complicado. Discretito, controlado. Afortunadamente el público parecía disfrutarlo, principalmente los compañeros con los que había ido al club, a los que agradezco el sin duda inmerecido apoyo.
Continúa el tema, solo de saxo, pasa a solo del otro
saxo, solo de teclado, intento acompañar sin estridencias, dejando que brille
el solista, acompañando. Terminamos con un final conjunto que quedó bastante
bien, para no haber tocado nunca juntos.
Me levanté de la batería, saludé a todos los demás de la
banda, le di las gracias a Tyron, un abrazo. Tyron dice “Un aplauso para Alex, que viene de… de otro país!”.
Me reuní con mis compañeros. Prueba superada. ¿De qué me sonaba Tyron? Ya de vuelta en España, volviendo a ver la
escena de Paris Blues in Harlem que he colgado más arriba, Tyron era el guitarrista y lider de la banda que sale en la película. Aquí dejo una actuación bien grabada del gran
Tyron Govan con su banda Top Secret en el Paris Blues de Harlem.
Autumn in New York. He encontrado esta curiosa
versión de Salvador Sobral que no está nada mal, Filomeno.
P.S. Gracias Simón por las fotos y los videos!